Sunday, January 29, 2006

La edad

A cierta edad un hombre, por criterio puramente estético debe hacer algo con su propia maldición, ponerla del revés, invertir los términos, transgredir lo acordado y si es necesario huir, cambiar de nombre, de identidad, incluso de profesión y hacer un siglo sabático, refugiarse en una barraca en el campo, ser autónomo y abdicar del mercado, encontrarse a solas consigo mismo y hacer como un voto de silencio, renunciar al sistema general que le sirvió hasta entonces de base, convertirse a una especie de ascetismo “sine religione”, un estoico desarmado y no pertenecer a ningún clan, despojarse de riquezas, repartirlo todo entre los amigos, dejarse la barba o mejor eludir afeitarse, perfumarse, encontrarse a solas con las hemorroides y con la hiperplasia de próstata, intentar al menos no reproducir la derrota, ni intentar sobrevivirse en otros, enfriar el juego y recorrer el camino al revés. Olvidarse del teléfono, de los electrodomésticos, del alcohol y del tabaco y sumergirse en el polvo del tiempo para osar solo pronunciar una vez al día la palabra fuego, agua, aire, arder, perecer, muerte, soñar y mecerse en el sonido de las palabras ahora ya sin significado, sin connotación, sin resonancia, sólo las palabras, cualquier palabra y adormecerse con ellas y sacarlas al monte a pasear por las tardes y volver por la noche a casa después de este trajín esencial. Sin televisión, ni amor, ni odios, ni desdicha, ni compromiso alguno.
Caiga sobre mí la maldición del hombre que fui y termine de una vez esta condena.