Saturday, October 14, 2006

Vida rural


Detesto la maldad basada en el chisme y en el inventario de falsedades con el vecindario. Una maldad estúpida fuera del arte y del talento. Hay mas creatividad en un asesino en serie o en un pederasta, que en esas personas insulsas, bondadosas y humildes que habitan los campos, los bosques o las estepas. Patéticos malhechores, conspiran contra todo, todo lo envidian y nada comprenden, a todo descalifican y critican, situando chauvinisticamente el demonio en el exterior. Viven lo ajeno como peligroso y envidiable y lo propio como deleznable e insignificante. Matarían por un palmo de tierra; por la titularidad de un árbol venderían a su mujer, sacrifican a los hijos en la hoguera de su vanidad, hacen guerras de clanes por la propiedad de la nada. Envejecen, embrutecen y envilecen todo lo que tocan, como si quisieran que nada externo a sí mismos o a su campanario, sobreviviera a su nada destructora y trivial. Los pueblos son los reductos de los malvados sin inventiva, de los criminales jubilados.

Los malestares del hombre

El sinsentido, la incertidumbre, la finitud: He aquí los grandes males del hombre; los tres pueden resumirse en uno, el delirio finalista, la cualidad de trascender, de sobrevivirse en otro, de prolongarse en la posteridad , dotar de sentido al azar y al caos. Naúfrago de cualquier absoluto, la Belleza, la Verdad, la Eternidad o la Gloria, niega el accidente de su aparición y la gratuidad de su desdicha. Solo el dolor puede mostrarse agradecido y es además insoportable para el verdugo.

La saciedad

La saciedad tiene algo de inmoral , de camisa de fuerza del espíritu, pero el ascetismo es peor porque no es mas que una transformación cristiana -negadora de la evidencia- del cinismo en estado puro, por ello la mejor solución es el dolor medicalizado, aquel que ha sido sujeto de una clasificación. Aquel que eligió la delgadez como forma de estar en el mundo, no saciándose jamás de la restricción, se estructura como sujeto doliente, metafísico, ocultando su condición de santo o de héroe, escapando de la hoguera. El enfermo de anorexia no es un reformador, ni un tirano o un oligarca, porque ha trascendido su condición de muerto encubierto a una delgadez y a una renuncia que sólo tangencialmente nos recuerda al sacrificio de los místicos y oculta a la Medicina su condición divina: una mascarada de plenitud

Sunday, January 29, 2006

La edad

A cierta edad un hombre, por criterio puramente estético debe hacer algo con su propia maldición, ponerla del revés, invertir los términos, transgredir lo acordado y si es necesario huir, cambiar de nombre, de identidad, incluso de profesión y hacer un siglo sabático, refugiarse en una barraca en el campo, ser autónomo y abdicar del mercado, encontrarse a solas consigo mismo y hacer como un voto de silencio, renunciar al sistema general que le sirvió hasta entonces de base, convertirse a una especie de ascetismo “sine religione”, un estoico desarmado y no pertenecer a ningún clan, despojarse de riquezas, repartirlo todo entre los amigos, dejarse la barba o mejor eludir afeitarse, perfumarse, encontrarse a solas con las hemorroides y con la hiperplasia de próstata, intentar al menos no reproducir la derrota, ni intentar sobrevivirse en otros, enfriar el juego y recorrer el camino al revés. Olvidarse del teléfono, de los electrodomésticos, del alcohol y del tabaco y sumergirse en el polvo del tiempo para osar solo pronunciar una vez al día la palabra fuego, agua, aire, arder, perecer, muerte, soñar y mecerse en el sonido de las palabras ahora ya sin significado, sin connotación, sin resonancia, sólo las palabras, cualquier palabra y adormecerse con ellas y sacarlas al monte a pasear por las tardes y volver por la noche a casa después de este trajín esencial. Sin televisión, ni amor, ni odios, ni desdicha, ni compromiso alguno.
Caiga sobre mí la maldición del hombre que fui y termine de una vez esta condena.