Monday, November 21, 2005

Los pasillos

La historia no se trama en los despachos, ni en los campos de batalla, ni en la bolsa de Nueva York, los guiones de la vida con sentido se traman en la barras de los bares, en los reservados de los burdeles o en los tapetes de los casinos. Esta verdad nos descubre lo que se nos oculta tras la aparatosidad o la solemnidad de las Instituciones o de los intereses espurios. Todo interés es siempre sectario, fatal para la comunidad, letal para los intereses generales. El pasillo es la madriguera de las ratas, de las fieras, de tiburones emboscados para fagocitar los restos del festín. Guardate siempre, de la maledicencia y de los chismes de los pasilleros que pueblan todas las estaciones de la edad y del saber, pueden destruir con una frase o un comentario banal cualquier empresa heroica.
Su tragedia es que carecen de una finalidad mas allá de su propia supervivencia parasitaria. Su destino de piojo se impondrá a su propia maldad y a nuestras buenas intenciones.

Sólo versos

Sólo creo, en un puñado de pequeñas verdades indemostrables. Mi ideología sólo alcanza la cocina y el cuarto de estar, mi religión es Bach, mi filosofía la nada; soy un escéptico desarmado, un pesimista histórico, un misógino benigno, un misántropo irreconciliable, un explorador de lo remoto. Sólo admito la compañía de los abnegados que creen ser útiles: los psicólogos o los artistas sin talento que sueñan en reproducir en sí mismos la novela que nunca escribirán. No soporto más que a los bromistas y a los cínicos que ejercen sin pudor la única filosofía posible, a los ambiguos, los disidentes, los incrédulos que no creen en el progreso ni en el sentido de la historia. No creo tampoco en la supremacía del trabajo sobre la improvisación y me cansan las creencias de los demás por eso he cerrado la posibilidad de hacer inventario de sus maldades y de sus quejas. Ahora me escondo en un circulo de hierro con defensas ígneas y fosos de caimanes en mi perímetro y tomo precauciones contra las ideas y la maledicencia.
De los cuerdos sólo me alcanza la onda expansiva de los versos al estallar.

Sueño

Sueño
sobre finísimos hilos
donde tejen las alondras,
alambradas,
la quietud exánime de los muertos
me conforta.
Tanta paz contuve.

En la esquina de la vida
ato los bordes
de las cosas.
Y contengo así, una mayoría
de cadáveres boquiabiertos.

Sunday, November 13, 2005

El romanticismo

Oyendo la novena sinfonía de Beethoven uno no encuentra el por qué de su nombre “el Himno a la Alegría” hasta quizá el final, el cuarto movimiento, más bien la obra es un altar erigido a la rabia, a la desesperación, a la cólera adosada a la belleza. La cólera de un sordo en guerra contra el mundo y la expresión de su resentimiento punitivo, el paroxismo de un aislado en su universo acústico, un paranoico genial; la alegría es un sentimiento muy poco artístico a pesar de sus escarceos épicos en torno a los paroxismos de momentos sublimes, en torno al nacionalismo ruso o al pastiche “Verdiano-Garibaldiano” de la Italia sometida a los Imperios; éxtasis del triunfo de los pueblos que fingen estar unidos en torno a ideas comunes que en el fondo no son, sino pretextos para cambiar de amo. Emparentada de lejos con la alegría, la felicidad es sin embargo un canto a la serenidad y a la clarividencia de la ausencia de esperanzas, a la aceptación de la ausencia de alternativas; por eso el romanticismo es una época disoluta y el barroco una época teológica y de culto a la matemática y al positivismo de la combinatoria. Bach es a Dios lo que Beethoven y todos los románticos a la sífilis. Si Beethoven- no hubiera sido músico seguramente hubiera sido un criminal en serie. Chopin un revolucionario trasnochado de una Polonia insalvable, Tchaikovsky un vendedor ambulante, Verdi un maestro de rondalla folklórica.
Dadme un medio de expresión y transformaré un criminal en un bienhechor de la humanidad.

La función del psicólogo

Diletante de casi todo, detective del desinterés, gendarme del abatimiento, escéptico desarmado me acurruco en los orígenes de los hombres en busca de las claves de su idiotez: ese es mi oficio, un buscador de imposibles, de coartadas para su embriaguez y de eximentes para sus vicios; apresado por la necesidad de ser útil a mis conciudadanos, vivo la paradoja de un vivir carente de cualquier sobresalto, porque todo está pactado de antemano y dispuesto para la repetición. Como todo psicólogo compagino mi destino con la prédica y la adivinación, me sé un demiurgo castrado y aun así duermo de un tirón casi todas las noches, exhausto nigromante de causas perdidas.

El manifiesto licantropico (II)

Mitómano enamorado de los argumentos, sólo me detengo ante el texto de algunos iluminados, porque creo en la inspiración y en el paroxismo del azar; desatiendo selectivamente a los que creen que la gran obra es un acto de perseverancia y de trabajo callado bajo el peso de las horas, y de los goces, sólo ignoro los de la ostentación y los de la maldad estúpida, apráctica e inintencional. Sólo sucumbo ante las historias que invocan la risa o el llanto furtivo. Como los adolescentes, ignoro mi cuerpo pero acepto los presagios del dolor de muelas. Me estorban los demás, tanto como yo a mí mismo.

Sunday, November 06, 2005

La musica

Ahora soy sombra, después seré oleaje. Ahora me desprendo del techo, inadvertidamente, como esas arañas que cuelgan en los teatros, ilumino la platea, más tarde me apago y reposo. Construyo planos, refiero olores, propongo aromas que no existen, descifro el laberinto, amaso fortunas e igualo la sensibilidad de los ciegos. Enlato los sabores, distiendo las texturas, ahora sobresalto, más tarde perplejidad y siempre repetición.
Mar o viento, evoco recuerdos y ausencias. Represento pues, algo más que la sucesión del sonido: soy también la referencia acústica de la nada, el silencio. A veces teología y combinatoria. Casi siempre frivolidad sublime. Epica y trascendencia insomne, rabia adosada a la belleza. Exaspero a los melancólicos y acompaño a los aburridos, evoco recuerdos paseándome por las redes de la memoria de donde extraigo casi siempre fotografías en blanco y negro de aquel beso, despedida o escena más o menos banal, pero siempre recordada por subjetiva.
Sólo soy la coartada que buscan los abúlicos y no significo nada

Las palabras

Hay palabras redondas, como puta o ruin, palabras agrietadas y enojosas como canalla o malhechor, palabras acanaladas y palabras lívidas como cadáver u orificio. Hay palabras como dardos y palabras como enjambres, palabras que son mausoleos y palabras que valen como un soneto. Hay palabras vacantes que no existen y no sirven por tanto para nombrar nada. Como hay vacíos sin palabras para comunicar su origen. Hay vacuidades que tienen nombre y vacantes en espera de interinidad, los neologismos salen al rescate y añaden gruñidos al goce de lo innombrable. No todas las palabras tienen correlato bioquímico con alguna emoción, representación o idea. Hay palabras excedentes de cualquier discurso que recorren el desfiladero del lenguaje y no se detienen sino en la mar o en cualquier delta, preferentemente interior. Hay palabras que exceden al cañón del Colorado y palabras que encienden las alarmas. Hay palabras que saltan por encima de las barricadas y las alambradas. Hay palabras eléctricas y palabras magnéticas, como hay palabras-eco o palabras-imán para cualquier memoria grata o imagen visual agradable en nuestra capacidad de evocar.
Las palabras son un exceso del equipaje atávico del hombre, un pleonasmo de la lírica, la opera del intelecto, una exageración ocupada por un sonido hueco donde habitan frecuentemente pajarillos hacendosos. Centinelas del corazón, ejercen de válvula de las torrenteras interiores donde ejercen su oficio las serpientes más antiguas, los centinelas del territorio, los porteadores del ánimo y de las abyectas intenciones.
Hay palabras para todo pero no cualquier todo es poseído por una palabra. Hay palabras huecas pero no todo hueco puede nombrarse.
Las palabras abarcan un orificio inmenso donde cohabitan los monstruos con las nodrizas y se engendran los deseos confundidos de la especie, con los abortos de los sentimientos y donde la codicia, el lucro o el crimen se enmascaran tras la teología.