Diletante de casi todo, detective del desinterés, gendarme del abatimiento, escéptico desarmado me acurruco en los orígenes de los hombres en busca de las claves de su idiotez: ese es mi oficio, un buscador de imposibles, de coartadas para su embriaguez y de eximentes para sus vicios; apresado por la necesidad de ser útil a mis conciudadanos, vivo la paradoja de un vivir carente de cualquier sobresalto, porque todo está pactado de antemano y dispuesto para la repetición. Como todo psicólogo compagino mi destino con la prédica y la adivinación, me sé un demiurgo castrado y aun así duermo de un tirón casi todas las noches, exhausto nigromante de causas perdidas.
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